La vida de una escort

Johana es escort desde hace 3 años. La diferencia básica entre una acompañante y una sexoservidora común es que la primera ofrece, aparte de un servicio sexual, una compañía temporal; de tal modo que su tarifa no se mide en horas ni en número de encuentros sexuales. Johana, además de esto, no se para en las esquinas ni asiste a hoteles de mala muerte. Ella recibe un número determinado de “clientes fijos” en un apartamento que tiene situado en Mazatlán. Entre sus vecinos hay canadienses retirados, narcos de Culiacán que pasan sus fines de semana en el puerto y empresarios locales. Ella, además de esto, es habitualmente invitada por ciertos de sus clientes del servicio a vacacionar en otras urbes. Gracias a ellos conoció EEUU y desde ese momento no puede adquirir su ropa más que en California, como en Rodeo Drive. Un empresario del puerto que tiene hoteles en Cabo San Lucas le solicita que la acompañe y mientras que está en sus negocios, allí lo espera en la suite presidencial. Cuando afirmo que lleva una vida de gran lujo, me ataca con una frase: “sí, mas tiene su precio”.

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¿Entonces, cuál puede ser el costo, aparte de dar su cuerpo a hombres que seguramente no le atraigan? Si tenemos en cuenta que la mitad de las mujeres casadas viven esta situación, ¿exactamente en qué consiste el sacrificio merced al como se da esta vida de reina? “No me puedo enamorar de verdad de absolutamente nadie. En ocasiones me siento sola, quisiese salir con alguien de mi edad; enamorarme de verdad, mas no puedo establecer ningún vínculo con absolutamente nadie pues sé que tengo la semana ocupada para mis clientes”. Lo intente en una ocasion y la experiencia fue catastrófica. Estaba con sus amigas, ex- compañeras de la universidad en uno de los antros de playa más populares de Mazatlán. Inmediatamente, la mesa ocupada por 5 mujeres bellas llamó la atención del conjunto de otra mesa donde había 5 muchachos de exactamente la misma edad. Juntaron las mesas y alrededor de Johana se  género una gran atención. Se aislaron del resto del conjunto y toda la noche estuvieron conversando. Él contó de sus viajes y Johana ya conocía los lugares que indicaba. Mas cuando preguntaba con quién había hecho esos viajes, debía engañar. “Desde entonces, no iba a confesar que mis clientes del servicio me habían llevado a esos sitios”, confiesa.

Tras esa noche, se citaron para ir a comer juntos al día después. Ella no fue a la cita. Uno de los clientes del servicio la llamó y no podía negarse. A lo largo de 6 horas tuvo el movil apagado. El tiempo en que el usuario estuvo en el apartamento. “Tuvimos sexo, comimos, conversamos en la terraza, nos tomamos una cerveza, volvimos a tener sexo; me invitó a Cancún por el hecho de que debía ver lo de unos hoteles allí, se le manchó la camisa con cerveza y se la debí lavar por el hecho de que no podía llegar a casa con aroma, ¿ves? Es todo cuanto hace una escort.”

Copular, charlar, preparar comida, servir de compañía en desganados viajes de negocio, lavar ropa. Un ama de su casa común con un salario elevado –pienso-. Mejor dicho, un ama de su casa con un salario. Punto.

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El sábado tenía el día programado para un cliente del servicio muy especial: un funcionario del gobierno estatal que, aprovechando que ese sábado estaría el gobernante en el puerto, deseaba verla. “No me puedo dar el lujo de rehusar a un cliente del servicio de esta manera, pues con lo que me da por un fin de semana, pago el alquiler de este apartamento”. Cuando le pregunto si ha pensado en alguilar algo más asequible(con una cocina que vale cincuenta mil euros), responde que “no, eso sería recular. Nunca deseo ser de nuevo pobre”. Johana estudió una licenciatura en comunicación, en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Johana, como muchas mujeres en el puerto, soñó con ser reina del carnaval. Mas las reglas del certamen establecen que la muchacha que consiga amontonar más dinero a lo largo de su candidatura, va a ser la reina. Con lo que la corona en general cae a cargo de chicas de familias pudientes, hijas de narcos o bien de vocalistas conocidos.

“¿Que de qué manera comencé en esto?”, afirma, “ni siquiera fuí consciente; me hice amante de un hombre casado. Cuando no tenía ni para abonar la renta, le solicité prestado. Él fue a la casa y me dio el dinero (a cambio de sexo toda la tarde). Sentí que estaba cobrándose el favor. Pagué la renta y pensé: ¿por qué razón no cobrarle a cada tipo que me quisiese hacer el amor?”; fue después que se hizo clienta de los bares de los hoteles, donde llegaban los empresarios. Los funcionarios de gobierno, los turistas norteamericanos. Inmediatamente comenzó a distinguir. Los yanquis no pagan, afirma. Ciertos empresarios sí son tacañísimos. Los mejores son los funcionarios públicos. A esos ni les cuesta ganar el pastizal que les pagan, conque lo gastan sin sentido. Por su cama han pasado los presidentes de múltiples dependencias estatales. Los perfiles de ciertos de ellos son afines al de Johana: pobres de nacimiento, ricos cuando se encuentran con esa mina de oro que es el servicio público corrompido. Le pregunto si piensa en el futuro, cuando sus encantos dejen de agradar y sea relevada por las nuevas generaciones de chicas guapas de origen humilde. “A veces, mas cuando desee salirme del negocio, en tanto que ahorre lo bastante para vivir bien y abrir un negocio, me voy a ir a otra urbe. A formar una familia como todas y cada una de las mujeres”. Su relato se interrumpe y me solicita que la acompañe. Salimos a la terraza; estamos en el décimo piso de un bello condominio con alberca, gimnasio y bar propio. Johana me quiere enseñar el crepúsculo. Son las 6 de la tarde y el sol se pone tras las islas que están frente al malecón de Mazatlán. El viento, el tono del cielo, el mar enfrente. Esta vida es perfecta, tras todo, ¿quién desearía dejarla?