Hay personas, que caen en la tela de araña de la mitomanía y hacen de la patraña su forma de vida, se transforman en mentirosos apremiantes.
-¿Exactamente en qué se distinguen las patrañas ocasionales de la mitomanía?
La patraña no nos resulta extraña, recurrimos a ella desde la niñez e inclusive siendo adultos. Una investigación efectuado en la Universidad de Massachusetts, descubrió que el sesenta por ciento de las personas engañan por lo menos una vez a lo largo de una charla de diez minutos, caen en lo que es conocido como “mentiras esporádicas”.
No obstante, según el psicólogo en Andujar, tras la costumbre de engañar de manera compulsiva, no siempre y en toda circunstancia se oculta el deseo de conseguir algo o bien eludir un castigo, el mitómano acostumbra a engañar sin tener un motivo válido, por compulsión. Esa tendencia a engañar de manera compulsiva, puede ponerle en situaciones absurdas o bien llevarle a inventar historias insostenibles. En verdad, si bien el mitómano sepa que lo han descubierto, puede seguir mintiendo y complicar todavía más su narración.
Para el mitómano, engañar se transforma en un hábito, es su forma de relacionarse. Esta persona, no sólo siente la necesidad de engañar en las situaciones que están en contra suya para eludir las consecuencias, sino más bien asimismo en los pequeños detalles, aunque no gane nada con esto.
Quien sufre mitomanía, puede sentirse extraño diciendo la verdad, pero se siente cómodo mintiendo.
El inconveniente, es que cuando mentir se transforma en un hábito y se cae en la patraña patológica, el mitómano deberá enfrentarse a diferentes contrariedades, debido a que pierde la confianza del resto. Un mentiroso patológico puede llegar a perder su trabajo, tener inconvenientes familiares, romper con su pareja y padecer aislamiento social.
El psicólogo en Andújar, nos comenta cosas sobre las raíces de la patraña
-Las raíces de la patraña patológica se remontan a la niñez.
La personalidad del mentiroso apremiante, se manifiesta en la juventud o bien la adultez, mas la tendencia a engañar empieza a apreciarse desde la niñez. Ya antes de los 3 años, no se puede hablar de patrañas en el sentido más riguroso del término, en tanto que los pequeños no son capaces de distinguir meridianamente la realidad de la fantasía, pero más adelante, su pródiga imaginación les insta a falsear la realidad.
La tendencia a engañar de manera compulsiva, puede consolidarse a resultas de los castigos recibidos en la niñez. De ahí que, una forma para eludir que las patrañas evolutivas den paso a la mitomanía, consiste en no castigar a los pequeños cuando dicen pequeñas patrañas que nacen de su imaginación y/o son parte de su estado evolutivo.
En lugar de fortalecer un comportamiento negativo, es mejor explicarle las diferencias entre realidad y fantasía y fomentar valores, como la sinceridad y la responsabilidad.
En otros casos, nos dice el psicologo en Andujar, la patraña patológica es el resultado de la tendencia a evitar las responsabilidades. Si los progenitores, dejan que el pequeño falte a la verdad para eludir las consecuencias de sus acciones y le eche siempre y en toda circunstancia la culpa a un amigo imaginario o bien al hermano más pequeño, por servirnos de un ejemplo, las patrañas pueden acabar transformándose en un hábito.